El escritor español, creador de Alatriste, Falcó y otros recordados personajes, dice que en su vida ha hecho todo lo que ha querido hacer. "Soy un hombre feliz", sentencia.
Por Rodrigo García
Pérez-Reverte, “don Arturo” para sus lectores, se siente un hombre con suerte, que hizo en su juventud un “máster de vida” como periodista de guerra y vivió en carne propia el mundo que había leído en los libros. “Yo no tuve ambiciones. Yo quería vivir”, afirma el hoy célebre novelista en una charla con EFE en la que es tajante: “Yo nunca tendré un Premio Nobel”.
“Yo he pagado muchos precios. A mí nadie me ha regalado estar aquí sentado vivo. Precios de todo tipo: sentimentales, familiares, de salud, de miedos e incertidumbre, de fracasos y de amaneceres grises, de muchas cosas. Pero merece la pena, estoy contento. He tenido mucha suerte”, cuenta el autor español, que visita Argentina, país que pisó por primera vez en 1975, para presentar en la Feria del Libro de Buenos Aires su último libro, “Revolución“.
Novelista pero, insiste, ni político, ni sociólogo -pese a que, “por cortesía”, acepte contestar preguntas de todo tipo, con opiniones que a menudo levantan ampollas-, el creador de Alatriste, Falcó y otros recordados personajes dice que en su vida ha hecho todo lo que ha querido hacer.
“Quería viajar, ver si la vida se parecía a los libros, conocer chicas guapas, amigos valientes y generosos, emborracharme en un bar de Bangkok o en una cantina de México. Quería leer libros hermosos, ver el mundo, comprender el mundo, no avergonzarme de mí mismo, ni de mis amigos, ni de mi memoria, y todo eso lo he conseguido. Soy un hombre feliz”, sentencia.
Una mochila de experiencias -cubrió como reportero conflictos como la guerra de Malvinas en 1982, y llegó a ser dado por desaparecido en el Sáhara en 1975 y en Eritrea en 1977- que fue llenando mientras comprendió que en una guerra podía acabar “tirado en una cuneta con la carne pudriéndose al sol sin que nadie supiera dónde estaba”.
“Y ese día asumí que el ser humano termina, se acaba y no importa: todos morimos. Asumí la finitud de las cosas. Entonces, una vez muerto me importa un carajo que me recuerden o no”, sentencia al ser consultado por cómo quiere ser recordado.
“La gente no me va a recordar. El mundo va muy rápido (…) A veces, que te citen y mencionen, no quiere decir que sobrevivas. Queda una caricatura de ti que utilizarán políticamente, pero la obra realmente desaparece”, agrega.
Y recuerda conversaciones con políticos que le nombraron a figuras como Benito Pérez Galdós: “Galdós les interesa como elemento político, usarlo para la foto, pero les importa una mierda Galdós. Eso pasa mucho. Yo estoy seguro de que aquí en Argentina pasa lo mismo. Mucha gente que habla de Borges no ha leído a Borges“.
Académico de la lengua española desde 2003, Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es contundente sobre el premio de premios: “Nunca tendré un Premio Nobel, estoy completamente fuera de los cauces que llevan hacia el Nobel, y bueno, yo estoy muy bien así”.
El autor de “El húsar” (1986), su primera novela, o “El club Dumas” (1993) se define como un “hombre de códigos” para quien la mayor virtud es la lealtad. “Soy leal a mis lectores. Como ellos me son a mí”, revela.
En “Revolución” (Alfaguara), ambientada en el México de Emiliano Zapata y Pancho Villa, Pérez-Reverte cede su propia “mirada de juventud” al protagonista, un joven ingeniero español que, sin proponérselo, acaba involucrándose con los revolucionarios.
“La guerra fue un máster de vida. Y mirando, porque yo no intervenía. Era periodista, contaba lo que había. Esa mirada se la doy a Martín Garret. Por eso él, sin ser yo, mira el mundo como lo miraba yo a su edad”, destaca.
Para el también columnista, en las revoluciones del siglo XX había “esperanza”, y a menudo quienes las hacían esperaban cambiar el mundo. “Ahora sabemos que el mundo no va a cambiar. Es más, sabemos en qué terminan las revoluciones“, remarca, y pone como ejemplo la nicaragüense, de la que fue testigo.
“Y todo eso para que haya un tipo que se llama Daniel Ortega que tiene una finca que se llama Nicaragua. Que está Sergio Ramírez exiliado, Gioconda Belli exiliada, la academia de la lengua la han cerrado… ¿Para eso una revolución de tanto muerto y sufrimiento?”, sentencia.
Las revoluciones ahora buscan, afirma, “ajustar cuentas”: “Ahora sabemos que la revolución no crea un mundo mejor. Lo que sabemos es que destruye lo que había antes. Hay cosas que deben ser destruidas realmente, y otras no. Pero quien ahora hace la revolución ya no lo hace para hacer mejor el mundo. Lo hace para vengarse de un mundo que ha sido injusto con él”, concluye.
EFE.